sábado, 12 de agosto de 2017

Nudo en la garganta

por Daniel Link para Perfil

Tres circunstancias hacen de Manifesto (2015) una obra singular: la experiencia de las vanguardias históricas y las neovanguardias del siglo XX (del dadaísmo a Fluxus y la Internacional Situacionista), la extraordinaria cualidad actoral de Cate Blanchett, que no le hace asco a nada y los paisajes la mayoría de las veces sobrenaturales de Berlín y su entorno inmediato (la luz septentrional, los bosques, la arquitectura).
Manifesto será exhibida en su formato “Instalación” a partir del sábado 26 de agosto en Fundación Proa. Pero es también una película dirigida por Julian Rosefeldt (estrenada en Sundance este año). En los dos casos, Cate Blanchett desempeña trece papeles (un linyera, una coreógrafa de vanguardia, una maestra de primaria, una periodista de televisión, una marionetista, una viuda reciente, etc.) que le permiten decir, en situaciones típicas para cada uno de esos caracteres (un ensayo de ballet, una clase, un entierro, la plegaria antes del almuerzo) fragmentos de manifiestos clásicos, desde el célebre Manifiesto comunista (1848) de Marx y Engels (“todo lo sólido se desvanece en el aire”) hasta las “Reglas de oro de la cinematografía” (2004) de Jim Jarmusch.
El collage resultante es inquietante y desolador, porque nos devuelve palabras sobre la necesaria destrucción del arte para la construcción de una vida totalmente nueva y porque lo hace a través de los comportamientos más estereotipados (desde lo físico hasta lo verbal). Como si la protesta no alcanzara a transformarse en grito.

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Los manifiestos políticos y estéticos tienen un valor en si mismos, independientemente de las realizaciones que luego se verifiquen. Representan, por decirlo de algún modo, una línea de demarcación de lo que ya no puede tolerarse más, de lo que se pretende inventar, de lo que se aspira o se sueña.
Por lo general entendidos como programas de acción (política o estética), los manifiestos son, sin embargo, mucho más que eso, precisamente porque lo "programático" muchas veces se resuelve en la adaptación de un mero impulso utópico, distópico o atópico a las condiciones reales de existencia. 
Un poco por eso, las vanguardias históricas demostraron su carácter aporístico, los callejones sin salida con los que se encontraba cada vez que intentaba articular el "fuera de tiempo" propio del manifiesto con la historicidad propia de la práctica (política o estética). 
Por supuesto, los grandes ideales de la vanguardia (decirlo todo, continuidad entre el arte y la vida y el arte al alcance de todos) siguen brillando con su propia belleza, pero es poco lo que de ellos podrá encontrarse en un museo o una muestra retrospectiva, porque de lo que se trata es del grito primero que quiso decir "basta".
Cate Blanchet es de una ductilidad actoral que ya ha demostrado varias veces (fue Katharine Hepburn y también Bob Dylan, fue la villana de Indiana Jones, una elfa, y también Blanche Dubois). Pero es esa misma ductilidad la que vuelve un poco irrisisoria su relación con los fragmentos de manifiestos que en Manifesto dice, precisamente porque los vuelve verosímiles, es decir: adecuados a situaciones que reconocemos, cuando en verdad son palabras que quieren decir lo desconocido, lo impensado, lo nunca imaginado previamente.
Pronunciar las palabras de la vanguardia política y estética desde un lugar que no es de vanguardia, pero que tampoco es demasiado experimental en ningún otro sentido. Eso es lo que hace Manifesto y en ese gesto encuentra, al mismo tiempo, su mejor brillo y su probable ruina. 


 

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